Que todas las mujeres somos únicas es algo que deberían enseñarnos desde los primeros años de nuestra vida.
Ya que nuestra genética, entorno, vivencias, educación y la época en la que nos ha tocado vivir nos hacen personas singulares e irrepetibles, es inútil compararse. Pero es difícil no hacerlo estando inmersas en una sociedad competitiva que nos confronta continuamente y rodeadas de tanto ruido tanto en el mundo real como en el virtual.
Necesitamos urgentemente un sistema que nos ayude a conocernos desde la raíz, que invierta en educación emocional y social, ya que para asumir mis elecciones y las consecuencias de las mismas he de ahondar primero en quién soy.
El autoconocimiento es la base de la inteligencia emocional, y la inteligencia emocional es salud. Aunque para desarrollar habilidades sociales y de comunicación, fomentar la empatía o gestionar adecuadamente mis emociones he de conocer qué me sirve y qué no. Ya que, precisamente porque somos únicas, no a todas nos vale lo mismo.
He acompañado a muchas mujeres en su proceso de deconstrucción, y lamentablemente me he encontrado con un denominador casi común: el no sentirse dignas ni merecedoras, el creer que no son válidas por el simple motivo de existir, de ser, sin necesidad de capas que las hagan acreedoras de amor, de respeto o de cuidados. El síndrome de la impostora, del que tanto se habla, es sólo un ejemplo de ello.
Creencias que limitan y condicionan
Hemos de tomar conciencia de que no necesitamos ser madres, ni la pareja ideal (ni siquiera tener pareja), ni poseer un puesto de renombre para ser mujeres que merecen ser vistas, escuchadas, sentidas y, por tanto, amadas. Para ello, muchas veces es necesario despojarse de unas creencias, tanto a nivel personal como colectivo, que no sólo nos limitan y condicionan, sino que nos hacen más pequeñas y nos incitan a tomar decisiones que nos perjudican.
Acercarnos a nuestros orígenes es fundamental para saber quiénes somos. Las vidas de las mujeres que nos precedieron están impresas en nuestro ADN. Honrarlas y conocerlas es una cuestión personal, pero también social.
Tu historia es muy posible que sea, en gran medida, la historia de muchas.
Por ello, transitar el camino que recorrieron nuestras ancestras no sólo nos da respuestas acerca de quiénes somos y cuál es la huella grabada en nosotras, si no que nos proporciona una libertad que se traduce en bienestar y, por tanto, en salud.
Recorre tu propia senda, conócete, desaprende, elige y vacíate de lo que no te sirve. Te sentirás más libre.
* Pilar Hernández Domínguez es autora del libro ‘Poesía automaternada y voz ancestral. Un viaje de raíces y huellas’.
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