
Anne tenía varicela. Nada extraordinario en una niña de tres años. A fin de cuentas, es extremadamente infrecuente que una enfermedad así ocasione la muerte de nadie, al menos en el siglo XXI y en un país que se cree desarrollado.
Sin embargo, Anne falleció en Txagorritxu, hospital de Vitoria que pasa por ser uno de los mejores de España. Habitualmente atribuiríamos esta desgracia al infortunio. Pero es una gran desgracia que, con toda probabilidad, no hubiera ocurrido si en lugar de residir en Puebla de Arganzón, la pobre niña hubiera habitado en Rivabellosa, pese a que es un pueblo más alejado de la capital y, además, menos poblado que el de la pobre Anne.
Pero es que Rivabellosa es un localidad alavesa, mientras que Puebla es un enclave de la provincia de Burgos. O sea, una isla castellana y leonesa en tierra vasca. Así que, cuando el padre de la pequeña avisó a una ambulancia para que la trasladara a Vitoria (a 20 kilómetros), una voz le respondió que el trasporte debía de pedirse a Miranda de Ebro, localidad burgalesa bastante más lejana que la capital alavesa. Nadie le negó la asistencia -los enfermos del Treviño se atienden en Vitoria merced a un convenio entre Castilla y León y Euskadi- pero, al parecer, el transporte corresponde a Burgos.
Una situación como la descrita podría resultar cómica si no hubiera acabado de manera tan trágica. En su momento, pese al peligro de que se tradujese en desigualdad, nos pareció muy bien que la atención sanitaria se transfiriera a las autonomías. Lo que no es de recibo es que éstas actúen como si se tratase de países diferentes y hasta enemigos.
Desde que padecemos los recortes actualmente en boga hay muchos enfermos crónicos que encuentran enormes dificultades para seguir tratamientos durante sus vacaciones, ya lo sabemos. Pero esta vez se ha llegado demasiado lejos. La obsesión por el recorte, sin duda combinada con la ceguera nacionalista, ha costado la vida de una niña inocente. Y si alguien lo duda, que lea las declaraciones del destacado peneuvista señor Olavarría, quien no duda en afirmar que nada hubiera ocurrido si Treviño estuviera integrado en Álava. Es el colmo; las obsesiones ideológicas prevalecen hasta sobre las cuestiones humanitarias. Y esto, en un miembro de un partido que afirma inspirar su ideología en los principios de un sólido cristianismo.
Personalmente, me considero tan alejado del nacionalismo español (a menudo letal) como de los absurdos nacionalismos periféricos, pero ante sucesos como éste no me extraña que haya gentes opuestas a toda estructuración autonómica del Estado.
Es cierto que otras voces atribuyen la desgracia a factores que no tienen que ver con cuestión ideológica alguna, sino más bien a la carencia de vehículos producida por la huelga de ambulancias convocada esos días en el País Vasco. Incluso, como afirma el presidente de la Asociación Española de Pediatría Extrahospitalaria, podría ser producto de la supresión de los programas de vacunación en niños pequeños. Una supresión cuya raíz a lo mejor habría buscar en la obsesión por el ahorro que padecen nuestros gestores sanitarios, por mucho que traten de disfrazarla de mil maneras distintas.
Pero tanto si esta desgracia está causada por una interpretación Taifas del estado de las autonomías, como si solamente se deriva de las criminales tijeras recortadoras, lo cierto es que hechos como este jamás se deberían repetir. Sea como sea, mejorando la coordinación entre comunidades autónomas, poniendo en común los trasportes entre ellas, o hasta, si es preciso, recentralizando parte de la gestión sanitaria, es imprescindible impedir a toda costa toda muerte evitable. Es una cuestión de humanidad que debe de prevalecer por encima de cualquier cálculo ideológico o economicista, al menos si aspiramos a seguir formando parte de una sociedad civilizada.
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