La presentadora de televisión Tania Llasera ha colapsado estos días las redes sociales a cuenta de su aumento de peso. La guapísima comunicadora ha tenido que salir al paso de todo tipo de barbaridades y descalificativos por presentarse en público con diez kilos de más tras haber logrado el éxito de dejar de fumar. Nadie le ha dado una palmadita en la espalda por su saludable proeza, pero lo que a mí me parece peor, es que muy pocos han seguido considerando su belleza, simpatía y buen hacer. Ha pasado de ser un ídolo de masas a una simple gorda, blanco fácil de mofas y diana de crueles insultos y comparaciones.
Parece ser que la chica tiene dos dedos de frente y no duda en afirmar que se siente bien con su peso. Es más, hasta ha reconocido que se ve incluso más guapa y sexy que en otras épocas de mayor delgadez. Veremos si mantiene esta postura o si es la nueva imagen en los próximos meses de la dieta del guayabí o de cualquier otro producto milagroso tras una reaparición despampanante con una talla 36.
Porque el estereotipo femenino de las celebrities es ése. Todas ellas estupendas, dedicadas en cuerpo y alma a cultivar sólo el primero, a base de maratonianas sesiones de ejercicio y una estricta y restrictiva dieta. Las más guays, encima, presumen de comer de todo (bollos, dulces y bocadillos de bacon) y frustran a no pocas adolescentes y cuarentonas que se sienten culpables por comerse una chocolatina cada vez que tratan de enfundarse unos leggins del Stradivarius u otra cadena de ropa similar. Dan a luz y, según salen de la clínica, ya aparecen en las fotos de las revistas más flacas que antes de embararzarse. Yo a todas éstas las metía en un reality para ver en vivo y en directo su día a día; y después, quien quiera imitarlas, que lo haga, pero con toda la información y siendo conscientes de que su único oficio y beneficio es mantener su imagen. Ah claro, y la genética, pilar fundamental en esta historia, aunque nunca se la mencione.
Si un hombre coge unos kilos de más es por culpa de la curva de la felicidad; mientras que si los gana una mujer es simplemente por mero descuido. Los hombres son fuertes o grandes, las mujeres sólo gordas o grandotas. Lo peor de todo es que este mensaje ha calado hondo también entre la población femenina, incapaz de revelarse contra una imagen irreal e improbable. Tenemos todo el derecho del mundo a cuidarnos y estar estupendas, porque nos gusta y porque queremos; pero también tenemos derecho a untar la salsa del plato o a pedir postre en el restaurante porque nuestra felicidad no reside en nuestra talla, pese a las miradas de desaprobación de la inmensidad de los mortales.
El peso sólo debería ser una preocupación desde el punto de vista saludable. Si el corazón, la hipertensión o el colesterol no se quejan ¿a santo de qué tiene que venir un/una cantamañanas a infravalorarnos y minar nuestra autoestima porque considera que somos mejores o peores en función de la báscula?
Ea, pues eso, me despaché agusto.
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