Érase una vez, en un paraje de castillos y leones, un valeroso cangrejo llamado autóctono y la malvada tularemia, con sus secuaces los topillos y hordas de temibles cangrejos rojos americanos.
Los topillos, mediante plagas que se repetían cada ciertos años, se adueñaron de los cultivos del valle del Duero, y así la tularemia pudo dejar su guarida, extendiéndose con la ayuda de los incontrolables topillos, y afectando a criaturas de esas tierras.
Los cangrejos rojos, introducidos en aquestos lares con el beneplácito de los altos verdes, contaban con la virtud de salir de su líquido elemento a los campos, donde yacían los restos de la infinidad de topillos víctimas de la tularemia, y convirtiéndose ellos mismos en involuntarios portadores.
El valeroso cangrejo autóctono poco hace en esta historia, más que desaparecer.
La tularemia es una enfermedad grave, muy infecciosa y trasmisible a las personas: por contacto con secreciones de animales afectados (no se contagia entre humanos), por vía respiratoria, contacto con mucosas o por picaduras de insectos.
Se ha sumado recientemente, como posible origen de infección, la manipulación de los cangrejos de río. Además, obligan, so penas de diezmo, al sacrifico (y consiguiente manipulación) de los cangrejos en el lugar de la captura.
Podría ser cuento, que cada cual saque su moraleja.
En lo que va de año se han contabilizado en esta Comunidad Autónoma una docena de casos de infectados de tularemia, con origen en los cangrejos de río.
En caso de duda, si es menester, puede vuesa merced acudir a su enfermer@
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