Recibir el diagnóstico es lo más duro. La palabra cáncer da miedo, genera incertidumbre a quien lo padece y a su entorno. Así lo describe Isi Guerra, de 49 años, que decidió luchar con todas sus fuerzas, y lo primero de todo, aceptar su enfermedad y sobrellevarla en su día a día. Pasado lo peor, se aferra al futuro con optimismo y con ganas de seguir dando mucha guerra.
Nada más abrir la puerta de su casa nos recibe su sonrisa. Una sonrisa que nunca borra de su cara, ni siquiera cuando recuerda los peores momentos de su enfermedad y no puede evitar emocionarse. Pero se emociona con una sonrisa en sus labios. Escucharla reconforta, su día a día es una lección de superación y una enseñanza. Isi Guerra tiene 49 años y su idea es seguir viviendo muchos más, “otros cincuenta como poco”, determina. El cáncer de mama no la detiene. Sus principales pilares son su marido y sus dos hijas, de 23 y 14 años. Lo que más le ha costado en este proceso es no poder estar tan pendiente de los suyos debido a su enfermedad, en especial, cuidar de su madre, con alzheimer en fase muy avanzada. Pero ella se encontraba en otra lucha, una batalla que con su actitud ya tiene buena parte ganada. Lo tiene claro, su color favorito, el rosa, un lazo que simboliza la lucha de muchas mujeres como Isi.”Estas cosas por mucho que creamos que podemos hasta que no te pasa no sabes”, apunta.
Todo comenzó con un par de bultitos en uno de sus pechos que había descubierto 18 meses antes. En primer momento no les dieron importancia tras varias pruebas e investigaciones. “Al principio dio todo positivo, pero seis meses antes de descubrir la enfermedad empecé a notar que una de mis mamas crecía, como dos tallas más grande que la otra, y sobre todo cuando ovulaba sentía molestias, unos pinchazos”, detalla. Cambió de ginecólogo y le hicieron de nuevo una mamografía: “Seguían los bultitos pero habían crecido algo”. Pidió consulta con otra especialista y ella decidió hacerla una resonancia porque sí se veían los bultos pero al tener una mama muy densa no se veía muy bien, “y sonó la flauta”. No duda a la hora de recordar esa fecha, “un 6 de febrero de 2012”. El diagnóstico no era bueno, así se lo dijo la doctora (se emociona al recordar ese momento), ya tenía metástasis, un cáncer que estaba en el conducto que segrega la leche para que los niños se amamanten. “Era pequeñito, era un juerguista y esta muy repartido”, relata. “La cara de desencajado de mi marido no se me va a olvidar nunca, que no paraba de decir que igual había algún error”. El nombre y apellidos del tipo de cáncer que padecía no eran muy buenos, pero llegaban a tiempo, “igual si lo hubiesen descubierto un poco más tarde yo ya no estaba aquí”. Pero Isi se queda con el hecho de que sí llegaron a tiempo para comenzar con la lucha. “Y si algo he asumido bien ha sido mi enfermedad”.

“En un primer momento no sabes ni cómo reaccionar, me tocó, y yo no quería, y ves las cosas de otra manera, una sensación extraña”, señala Isi. Y al salir de la consulta fueron a buscar a su hija al colegio, “quería llorar y no podía”, no quería que la viera las niñas, “tenía que asimilar”. Decidió no contar nada a sus hijas para que no sufrieran. Hace unos años la detectaron un tumor en el útero y la vaciaron. Y reconoce que hay una cosa en esta enfermedad que no es la soledad “es el miedo, el no saber qué va a pasar”, (vuelve a emocionarse), pero una vez más, no pierde la sonrisa. Además, lo tiene claro, “mejor a mí que no a mis hijas, verlas como yo lo he pasado”.
Pasó por dos complicadas intervenciones, tiene grabado a fuego la fecha de ambas, una el 9 de abril y otra el 4 de mayo, “donde me quitaron una parte de ese pecho”. Después comenzaron las sesiones de quimioterapia, de mayo a noviembre, que fueron muy duras y con una reacción alérgica incluida al primero de los tratamientos, y aprendió a convivir con los vómitos, los mareos y el cansancio.”Cuando iba a quimioterapia veía cosas que me daba cuenta de que no somos nadie y todos dependemos de todos”. Otra de las cosas que ha aprendido es que “todos somos prisioneras del miedo, el miedo a la vida y a la muerte la tenemos todos, es muy triste, es lo que hay, a este mundo venimos a morir y nadie nos enseña”. Se siente un poco deshumanizada, y ha aceptado que “estamos aquí de paso”. Isi vive en Vistahermosa y no dudaba en bajarse de paseo hasta la plaza de Anaya con alguna de sus hijas. “De camino me paraba un montón de veces para descansar, algunas veces vomitaba, pero seguía para adelante, todo era mejor que estar metida en casa”, relata. Ya de vuelta muchas veces la recogía su marido.
Una de sus mejores amigas, que le acompaña en esta entrevista, le recuerda lo coqueta que ha sido durante los meses en los que perdió el pelo por la quimioterapia. “No soportaba la peluca y me compré un montón de pañuelos que me ponía para tapar la cabeza, aprendí a hacer nudos, lazos, quería sentirme guapa”, asegura. Y siempre “a pintarse el ojo”, le recuerda su amiga. Isi nunca dejó de arreglarse, como le gustaba antes de padecer esta enfermedad. Enseña algunas fotos en su móvil sin pelo, y con sus pañuelos. En ninguna pierde la sonrisa. También llevaba pamelas. “Me di cuenta que a la enfermedad hay que ponerla color”, sentencia. Y en mitad del proceso de quimioterapia acudió a una boda, “para la que me compré zapatos de tacón y nadie se percato de que estaba tan enferma”.

También ha tenido días de enfados y pataletas. También ha sentido decepción, por los que al final no han estado ahí. Pero se queda con los que han contestado al otro lado del teléfono y la han escuchado. Por aquellos que obviaban preguntarla por su enfermedad y hablaban con ella de otras cosas, “y necesitaba evadirme y escuchar otras cosas”. ¿Y qué ha aprendido de todo esto? “Que como no nos queramos a nosotros mismos no nos querrá nadie, eso para empezar, y es grato ver que detrás tienes a mucha gente”. Isi cree que se aprende día a día, “por mucho que creamos que sabemos no sabemos nada y siempre seguimos aprendiendo”.
Su ilusión ahora es que le reconstruyan la mitad de mama que le falta. “Me voy a Madrid para que me lo hagan”. Mis expectativas “son guays”, “yo quiero vivir”.
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