Nada puede dejarse para mañana si se pretende frenar la polución del aire. Las evidencias se acumulan y, ahora, un nuevo estudio muestra que la exposición a corto plazo de las personas a contaminantes atmosféricos gaseosos y en partículas se asocia fuertemente a la mortalidad por ictus isquémico, nombre con el que se designan las consecuencias del bloqueo de una arteria cerebral.
Según este trabajo científico, que ha revisado más de 18 millones de casos, una exposición reciente –en los cinco días previos— a contaminantes en el aire incrementa el peligro de padecer un accidente cerebrovascular. Esto significa que el riesgo de ictus ya no se vincula únicamente con enfermedades crónicas o desarrolladas durante semanas o meses, sino también con la contaminación atmosférica, según demuestra este metaanálisis de la Universidad de Jordania en Ammán, que examina los datos de un centenar de investigaciones observacionales previas.
La asociación contaminación-ictus es tan significativa que urge una actuación global
Estas 110 investigaciones ya publicadas habían analizado lo sucedido con pacientes en Asia (58,8% de los estudios), Europa (24,6%) y América (16,7%), y se habían centrado en los cinco últimos días antes del accidente vascular.
Tan estrecha es la asociación temporal encontrada y tan significativa la muestra que los responsables del trabajo ponen énfasis en la urgencia de poner en marcha iniciativas globales para desarrollar políticas destinadas a reducir la contaminación atmosférica y, por lo tanto, el riesgo de ictus isquémico.
Disminuir la carga de contaminantes en el aire, aseguran en la presentación del artículo que hoy se publica en Neurology, restará peso a esta dolencia que termina con la vida de unos cinco millones de personas cada año y que acarrea importantes efectos sobre el bienestar e, incluso, provoca el deterioro funcional del paciente.
Sin datos de África u Oriente Medio, con altos niveles de contaminación y mortalidad por ictus
En declaraciones a SINC, el autor principal, Ahmad Toubasi, de la Universidad de Jordania, advierte: “La mayoría de los estudios incluidos en nuestro análisis se realizaron en países de renta alta, mientras que los datos disponibles de países de renta baja y media eran limitados”.
En particular, remarca, “no se incluyó ningún trabajo de África u Oriente Medio, a pesar de que estas regiones registran altos niveles de contaminación atmosférica y soportan una carga significativa de morbilidad y mortalidad por ictus”.
Para solventar estas lagunas, opina, ”los esfuerzos mundiales deberían dar prioridad al desarrollo de políticas sanitarias centradas en el estudio del impacto de la contaminación atmosférica en la salud humana en los países de ingresos bajos y medios y destinadas a reducir los niveles de contaminación atmosférica”.
Composición y tamaño de las partículas
Los investigadores analizaron contaminantes como el dióxido de nitrógeno, el ozono, el monóxido de carbono y el dióxido de azufre. También examinaron distintos tamaños de partículas, entre ellas PM1, que es la contaminación atmosférica de menos de 1 micra (μm) de diámetro, así como PM2,5 y PM10.
Las PM2,5 o más pequeñas incluyen las partículas inhalables procedentes de los tubos de escape de los vehículos de motor, la quema de combustibles por las centrales eléctricas y otras industrias, así como incendios forestales y de pastos. LAS PM10 incluyen el polvo procedente de carreteras y obras en construcción.
“Se ha observado que las partículas más pequeñas, como las de 2,5 micras, se asocian a un mayor riesgo de ictus isquémico que las partículas más grandes, como las de 10 micrómetros”, explica el investigador principal.
Unas sustancias son más nocivas que otras
En cuanto a los peligros que supone cada compuesto químico para las patologías cerebrovasculares, el científico aclara que, efectivamente, “algunos son más nocivos que otros”, pero que, en términos generales, el riesgo “oscila entre el 5% por el aumento de una parte por mil millones de ozono y el 28% por el incremento de una parte por mil millones de dióxido de nitrógeno”.
Toubasi admite que “aún no se sabe por qué algunos contaminantes son más nocivos que otros”, pero que este es, sin dudas, “un campo de investigación que debería explorarse en el futuro”.
Por ahora, lo que sí se ha podido calcular para este artículo con respecto al riesgo de sufrir un ictus es que “las mayores concentraciones de dióxido de nitrógeno se asociaron a un aumento del 28%; los niveles de ozono se relacionaban con un incremento del 5%; el monóxido de carbono, con un 26%, y el dióxido de azufre, un 15%”.
Reducir la exposición
Diferentes compuestos químicos y distintos niveles de polución del aire también se vincularon con una incidencia más alta de mortalidad por ictus. Las concentraciones más elevadas de dióxido de nitrógeno incidieron un 33% más en el riesgo de muerte por ictus y el dióxido de azufre, en un 60% más. En lo que respecta al tamaño de las partículas nocivas presentes en el aire, las que se conectan con las cifras de muertes por ataques cerebrales son, según el análisis, las PM2,5 con un 9%, y las PM10, con un 2%.
Ante estas constataciones de la influencia de la calidad del aire que ponen en alerta a la comunidad científica, Toubasi aconseja a los ciudadanos que reduzcan su exposición a sustancias nocivas, “evitando las fuentes de contaminación atmosférica y utilizando filtros de aire en el interior de las viviendas”.
Además, concluye con una recomendación a los responsables de tráfico, para que sean “más estrictos en el control de los filtros de escape de los coches” y “mejoren los servicios de transporte público en sus países, para animar a la población a usarlos, en lugar de sus coches privados”.
Artículo de referencia: Short-term Exposure to Air Pollution and Ischemic Stroke: A Systematic Review and Meta-analysis
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