Una mujer de unos 50 años ingresó en nuestra planta de hospitalización por una hemorragia digestiva alta. Interrogando a la paciente, nos dijo que se encontraba muy mareada desde primera hora de la mañana. “Sin embargo, usted no vino hasta bien entrada la tarde”, le dijimos con cierta sorpresa. “Claro, cuando me levanté hice las camas, barrí y fregué la casa y dejé la comida preparada, porque mi marido y mis hijos estaban trabajando y no quería que llegasen a casa y se encontraran sin nada de comer”.
Cuando llegó su marido a casa, la encontró muy pálida, tumbada en el sofá y la llevó inmediatamente a Urgencias.
Es interesante aclarar que sexo y género no son dos conceptos sinónimos, pues el sexo es la diferencia biológica que hay entre hombres y mujeres, mientras que el género hace referencia a las diferencias sociales, cambiantes por otro lado en el tiempo y en las diferentes culturas.
Hablaríamos de sesgo de género si para una misma necesidad sanitaria no se emplearan los mismos esfuerzos para hombres que para mujeres.
Hay muchos estudios científicos en nuestro país y a nivel internacional que avalan estas reflexiones. Veamos algunos ejemplos: sesgo de género en la utilización hospitalaria, sesgo de género en la aplicación de procedimientos terapéuticos invasivos, en la demora y espera de la asistencia sanitaria y en la prescripción y consumo de psicofármacos (este último es el único en el que siempre hay más mujeres).
De esta manera, habría dos tipos de sesgo: uno, sesgo en el esfuerzo terapeútico y otro, sesgo en el esfuerzo diagnóstico. Además, uno influye en el otro: difícilmente vamos a tratar adecuadamente si no hemos realizado un diagnóstico correcto.
Por otro lado, hoy se sabe que algunas enfermedades afectan de manera diferente a las mujeres, por lo que éstas necesitarían prevención, tratamiento y atención diferenciada. De esto se han hecho ya eco algunas sociedades científicas y, por ejemplo, en la revista Circulation en 2016 se publicaron las recomendaciones específicas para el manejo del infarto agudo de miocardio en las mujeres.
Y no debemos olvidar un hecho muy importante: en esta diferencia de trato hay varios actores; por un lado, el personal sanitario, pero, por otro, también la sociedad, como veíamos en el ejemplo con el que empezamos: el rol de cuidadora puede influir negativamente en la salud de la mujer.
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