En abril fui a ver un bonito documental, del que creo haber ya hablado y que dejó en mi mente ideas que, elaboradas con el paso del tiempo y al entrar en conexión con otros elementos, surgen con claridad. Una de ellas, que extraje del papelito con información sobre la película que continúan proporcionando en los cines, aparece en la entrevista realizada a los directores.
En una de sus respuestas dicen lo siguiente: “Para que una economía funcione, tiene que apoyarse en ciudadanos informados, que hayan sido educados para ser libres y responsables”.
Al leerla hoy con detenimiento, me preguntaba… ¿y cuánto tiempo llevamos sin educar en la libertad y en la responsabilidad? ¿Cuántos de nosotros podemos considerarnos verdaderamente informados? ¿Y quién informa?
No es tema menor. Quizá la dificultad de poder ser ciudadanos informados, libres y responsables sea la que está detrás de otro tema que me ocupa. Me preocupa y ocupa lo que silenciamos o a lo que no atendemos. Bien por miedo, bien por presión, por desconocimiento, por desinterés, porque no es visible, por negarlo… Y me ocupa más si siento que la consecuencia de ello tendrá un impacto sobre nosotros, sobre el planeta, que es nuestra única casa y la de miles de especies más.
Me ocupa tanto, que este mediodía me preguntaba sobre el impacto de aumentar el número de personas que hacen o dicen algo diferente a lo habitual en determinados temas, si conseguiríamos que hubiera algún tipo de cambio, por pequeño que fuera… Me preguntaba si podría ser posible que algunos temas dejaran de ser invisibles, de modo que nos permitiera poder entablar las conversaciones necesarias para buscar soluciones. Entiendo que definir el número mágico que consigue que se inviertan las tornas –como si de una disolución se tratara- no sería fácil. A pesar de ello, creo que merecería la pena.
Le daba vueltas al tema en conversación, teniendo presentes dos elementos que parecen invisibles en nuestras conversaciones del día, por ejemplo, el cambio climático o la responsabilidad personal dentro de la presión de grupo.
En estos días de calor extremo e inusual, rara vez escucho en conversación generalista que se mencione la posibilidad de que exista una relación, por compleja y lejana que pudiera ser, con el calor que estamos padeciendo estos días y ha estado muy presente durante el verano. Entendiendo las razones por las que se convierte en invisible, fundamentalmente asociadas a la dificultad para solucionarlo, no deja de sorprenderme el nivel de negación, pues de algún modo nos sitúa en una parálisis que eventualmente nos pasará una gran factura, y no necesariamente económica.
Quizá por eso hoy me dedicaba a elucubrar sobre cómo hacer para que eso cambiara. Porque cuando negamos algo, cuando decidimos, por la razón que sea –y muchas de ellas perfectamente justificables y muy comprensibles- no dedicar nuestra atención a ello, lo hacemos desaparecer. Y lo que no existe, no se trata, y a lo que no existe, no podemos buscarle soluciones, pues no existe.
Algo similar me ocurre con la responsabilidad personal en relación a la presión de grupo. Cómo me gustaría tener la varita mágica para dotarnos a todos –me incluyo– de la capacidad de aguantar la tormenta de la presión de grupo cuando ésta pone en jaque nuestros valores. Quiero creer que si lo consiguiéramos tomaríamos decisiones mucho más acertadas.
Quizá la vía sea la de educar para una ciudadanía informada, libre y responsable… Quizá ese día, entonces, veamos, como dice Eleanor Roosevelt, que se habla más en general de las ideas que de las personas. Entonces es bien seguro que habremos avanzado.
“Las grandes mentes hablan de ideas; las normales hablan de eventos; las pequeñas hablan de personas” (Eleanor Roosevelt)
Feliz semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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