Las guerras pírricas fueron una serie de batallas y alianzas políticas que enfrentaron a los griegos, los romanos, los pueblos itálicos, primordialmente los samnitas, los etruscos y los cartagineses (ruta Pirro).

Sí, las guerras pírricas comenzaron con conflictos de poca monta y acabaron convirtiéndose en masacres. Pirro, rey de Epiro, dijo: “Otra batalla como esta y volveré solo a casa”, ya que una victoria sobre los romanos costó la vida de miles de jóvenes. De ahí el adjetivo pírrico que se refiere a un triunfo obtenido con más daños del vencedor que del vencido.
Y viene a colación el acto comparativo entre el reinado de Pirro y los malos resultados de ciertas jefaturas (más jefes que indios) que se vienen produciendo desde hace demasiados años en ciertas especialidades del Hospital Universitario de Salamanca, porque las continuas y amalgamadas promesas de grandes mejoras que han venido haciendo los distintos dirigentes sanitarios de la Junta de Castilla y León, no solamente han quedado en el olvido, sino que se han convertido en grandes peoras. Como superviviente de un gravísimo cáncer de páncreas (estuve muerta y me resucitaron), en el allá y entonces, en el acá y ahora, el agradecimiento eterno al joven cirujano salmantino Juan Sánchez Tocino, especialista que llevó a cabo mis dos intervenciones quirúrgicas en cuatro días (como Chopín, manos pequeñas que lograron hacer lo que no pudieron unas manos grandes), al veterano oncólogo Germán Martín y al resto de los equipos intervinientes que en esta gran obra evitaron que pasara a la “otra orilla”. El recuerdo maravilloso de unos profesionales cinco estrellas permanecerá hasta el final de mis días en el planeta Tierra.
Pero en todos los colectivos hay luces y sombras, claros y oscuros, perfección y mediocridad. Nunca hubiera podido suponer que poco después de terminar el tratamiento de quimioterapia tuviera que comenzar una nueva batalla, pero en esta ocasión contra el tiempo, contra las vergonzosas listas de espera, principalmente en Traumatología, que dejaban (siguen haciéndolo) a pacientes de alto riego, como ha sido mi caso, cinco años y un día sentada en una silla ante la imposibilidad de poder caminar más de 20 minutos diarios por un problema de deformidad de los dedos de ambos pies, así como los metatarsos y los juanetillos de sastre (Halluxvalgus) esperando el milagro de esa llamada que me llevara al quirófano.
Desde comienzos del año 2017 hasta marzo del presente 2022, he presentado infinidad de reclamaciones epistolares (de dos folios cada una, por duplicado y con el sello reglamentario de la Consejería de Sanidad, esmaltando la prosa, totalmente argumentadas y con las que se podría haber elaborado un dossier digno del mejor guión de película de suspense (¿han pasado los tiempos de los expertos que tenían muy claras sus fronteras profesionales?). No han pasado demasiados años, pero… ¡qué lejos han quedado los niveles de polimatía que representa una actitud de aprendizaje continuo (para los que amamos una profesión es una obligación) como decía Da Vinci!
¡Y después de media década de espera, por fin se hizo el milagro de poder entrar en el quirófano para ser operada de ambos pies, asida a la ensoñación que supone volver a tirarme muy pronto en paracaídas desde un avión, el poder bailar aquellas polkas, mazurcas, mosaicos y jamaquellos que aprendí durante mi voluntariado en el norte de Nicaragua! Tarde, mal y nunca, porque ni siquiera los Alambres Kirshner que introdujeron en algunos de los apéndices atrofiados han servido para devolverme la movilidad perdida por el paso involuntario del tiempo en lista y digamos que las tardías intervenciones han tenido el mismo efecto que una prédica en el desierto.
Los resultados de las operaciones se manifiestan con una cojera (como decía el gran músico Rubinstein: “cuando se es joven…se es joven siempre”) porque parte de los dedos parcheados siguen torcidos y han perdido la sensibilidad. ¿Qué tipo de intervención han realizado? Evidentemente que la cirugía percutánea (novedoso sistema para patologías de deformidad de los dedos y juanetillo) no, toda vez que los dedos siguen montados. Especialistas y demás sanitarios intervinientes realmente extraordinarios, pese a estar cargados de trabajo hasta límites insospechados por la falta de personal. Los gestores, que en realidad son los que mueven los compases… digamos que son incapaces de tocar las teclas del piano sin desafinar y ¡ahí está la vaina de que algunos resultados, en las operaciones no sean tan buenas como deberían ser!.
Así, cuando recientemente al pasar por la zona cárnica (asida al inseparable andador con frenos) de una gran superficie alimentaria, mis ojos se posaron en unas tarrinas, embasadas al vacío, que contenían mollejas de pollo y…entonces comprobé la similitud de las mismas con el resultado de la última operación de los dedos del pie izquierdo. Y reflexioné para mis adentros: ¡Cuánto daría yo por haber nacido en un poblado masai (habitantes de Kenia y Tarzania), pues además de medir dos metros, mis pies serían perfectos!
En cuanto al nuevo hospital de Salamanca, digamos que dicho edificio ha sido como el cuento de la lechera: Muchos sueños, demasiadas quimeras y bastantes promesas que se las ha llevado el viento. Hospital nuevo con directivos tridentinos. Las listas de espera cada vez son más largas y Traumatología, insisto, bate todos los récords. Cinco años y un día no son moco de pavo y todo para que luego que me dejen coja. Porque hay más jefes que indios, los miembros de base, los profesionales del referenciado centro asistencial universitario y los de determinados centros de salud de la capital y pueblos adyacentes, insisten en que falta mucho personal sanitario en el flamante Hospital Universitario (Pirro está de moda en una ciudad que hoy vive de las reminiscencias de los glorioso antepasados), motivo por lo cual las obras, a veces, quedan incompletas.
Por otra parte, pienso que los artífices de llevar a cabo el proyecto arquitectónico del novedoso sanatorio en su otra reencarnación debieron de ser galgos, de lo contrario no se entiende esa obsesión por colocar los pasillos kilométricos en un establecimiento para enfermos (que no para atletas de élite, sanotes) y que ha obligado a los sanitarios a plantearse el tema de utilizar patinetes para los continuos desplazamientos durante las largas jornadas laborales. Ya lo decía Platón: “Todo lo que conduce al dolor y a la miseria del pueblo es bueno para los mandatarios”.
En cuanto a la zona denominada como “cirugía ambulatoria” dentro de lo que se presentó como unas instalaciones hospitalarias de vanguardia (que lo he vivido yo en mis propios huesos de una anatomía de 49 kilos y trescientos gramos de peso), decir que la visión de esa nave llena de camas, me trajo a la memoria las películas en blanco y negro que muy de “cuando en vez” colocan en los canales de las televisiones adosadas (que tanto proliferan en los últimos tiempos) para rellenar espacio, cuyo argumento se centra en los hospitales de la guerra civil española (la invisibilidad del trabajo sanitario en la contienda del 1936 –ciencia y técnica entra la paz y la guerra-).
Sin cafetería en la instalaciones y una comida vomitiva para los enfermos, el nuevo hospital de Salamanca es un dispensario fosilizado que si no fuera por la profesionalidad, la filantropía, el amor a la profesión de médicos, enfermeras y demás personal sanitario… hasta el más optimista de los mortales podría salir de las instalaciones con esa angustia vital crónica que no se cura con bicarbonato. A todos ellos, hoy les brindo “el primer toro de la tarde”.
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