Que la sanidad pública es uno de los pilares de la sociedad del bienestar y que garantiza sociedades estables no lo cuestiona nadie. También resulta difícil encontrar personas, colectivos o grupos que estén en contra de esta. Nadie reconocerá públicamente ir contra esa idea.
Ahora bien, si existe este consenso, ¿dónde está el problema? ¿De dónde surge esa selva de posicionamientos en torno a esto, donde todos dicen defender lo mismo? Presumiblemente, la diversidad de posiciones sobre la aparente defensa de la sanidad pública proviene del propio origen, intereses y finalidad de cada uno de los colectivos que las emiten.
En otras palabras, aunque el problema es uno, las posibles soluciones son diversas en función del ideario, responsabilidad o intereses del grupo que opina.
El sistema sanitario público fue uno de los mayores logros de la transición democrática en nuestro país; surgió de un razonable consenso, fruto de la ilusión de muchos colectivos, y como respuesta tanto a la degradación del anterior sistema sanitario de Seguridad Social como a una forma más equitativa, eficiente, y de mayor justicia social para garantizar la salud y frente a la enfermedad.
Como en todas las organizaciones, y más las tremendamente complejas, como la sanitaria, el paso del tiempo provoca un desgaste, surgen disfunciones del sistema, desacoples con la evolución de la sociedad y sus demandas y, en definitiva, estos desajustes van provocando un deterioro del SNS y degradando su percepción por el conjunto de la sociedad.
Responsabilidades repartidas
Responder a la pregunta de quién es el responsable de este deterioro es tarea ardua. Volvemos al inicio: según al colectivo o grupo al que se preguntase, se señalarían unos u otros responsables.
En organizaciones complejas, las responsabilidades están muy repartidas.
En el sistema sanitario, estas responsabilidades nos alcanzan a todos —aunque sea impopular decir esto—, si bien es cierto que en grado distinto.
Nunca se oirá a ningún colectivo asumir su parte de responsabilidad, siempre será de otro.
Los problemas de nuestro SNS tienen origen en una miríada de aspectos: financiación deficiente, pobreza de planificación, incremento de la demanda, desajuste entre demanda y oferta sanitaria, escasez/mala distribución de profesionales, ausencia de participación ciudadana, gestión parcamente profesionalizada, enfoque político a cortísimo plazo, débil percepción por parte de la población del coste de los servicios, logros limitados del desarrollo de los principios de la Atención Primaria, persistencia de la compatibilidad para trabajar en lo público y lo privado de los facultativos, intereses cruzados, uso inadecuado de recursos, elevada presión de la industria de tecnología sanitaria… Y quedarían otras muchas causas relevantes.
Los “poderes” dentro del sistema sanitario
Una de ellas, y no menor, es el poder real de cada uno de componentes del SNS: ciudadanos, pacientes, políticos, profesionales sanitarios (los facultativos singularmente), sindicatos, industria sanitaria y directivos. Y cómo este poder efectivo influye en la trayectoria del sistema.
Es relevante conocer cómo el poder fáctico de cada uno de los componentes en torno de la sanidad pública determina su evolución, pero esto se escapa de la brevedad del artículo.
Yendo al título de esta columna, si bien las responsabilidades sobre el SNS son de todos sus participantes, el grado de intensidad es muy distinto.
Y así, tienen más responsabilidad en la evolución del SNS aquellos grupos que mayor poder real tengan en sobre él.
Para finalizar, ya que la responsabilidad es de todos, aunque en muy diferente grado, la solución a las dificultades del SNS deberá surgir del debate y acuerdo entre todos los participantes.
Un sistema complejo, desarrollado en una sociedad plural y compleja, no puede tener una reordenación simple. Sería un error.
Aunque mayor error será no abordar pronto una refundación rigurosa del SNS.
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