
Soy médico de Familias y trabajo en un centro de salud de la ciudad de Salamanca .
Estoy muy preocupado y, si les soy sincero, muy enfadado con los derroteros que está tomando la Atención Primaria.
Les intentaré explicar por qué, pero para eso hagamos un poco de memoria. Comencé a trabajar en 1981, y en aquel momento, cuando hacía la residencia, se iniciaba un cambio histórico en la Sanidad española, la reforma de la Atención Primaria. Se trataba de alejarnos del modelo de dos horas y media de consulta en las que el paciente era recibido de pie, se le preguntaba que le ocurría y rápidamente se dictaba a la auxiliar las recetas que tenía que hacerle al paciente, acompañadas en ocasiones por el p10 (acuérdense, aquel papelito blanco alargado en donde se escribían las ordenes de tratamiento o el especialista al que se enviaba al paciente).
No había tiempo para más, había que ir deprisa, porque detrás venía a ocupar el asiento otro médico para pasar su consulta de dos horas y media. Se me olvidaba, los pacientes solían pagar igualas a los médicos para ser atendidos con más tiempo en las consultas privadas.
Bueno, pues todo esto fue desapareciendo paulatinamente a lo largo de los años, desde el principio de la década de los años 80 del siglo pasado hasta ahora; sí, hasta ahora, pues, que yo sepa, sólo tras la reciente jubilación de un médico de cabecera, también de la ciudad de Salamanca, se han dejado de cobrar igualas en esta ciudad. Otro logro fue que cada sanitario tuviera una consulta donde trabajar a tiempo completo y con el sosiego que puede tenerse cuando sabes que, fuera, los ciudadanos esperan; pero con tus instrumentos, documentos, libros de consulta y ordenador a la mano, en disposición de usarlos.
Y ahora hemos vuelto a los sillones calientes, de los que tienes que levantarte a una hora concreta para que comience su consulta la compañera (la feminización de la Sanidad es una realidad muy ventajosa para los pacientes). Cada día tengo que dedicar entre media hora y tres cuartos a imprimir las facturas de la farmacia (lo que comúnmente se conoce como recetas), en espera de que llegue la receta electrónica, ahora anunciada para septiembre. Ya veremos.
Otro tiempo se me va en imprimir los partes de confirmación de baja, que por una razón desconocida, hay que hacer cada semana. Seguramente a primera vista pueden parecer asuntos menores, pero ese tiempo que se ocupa en papeleo, si fuera organizado adecuadamente, quedaría disponible para tareas más apropiadas de los sanitarios, como visitar a los pacientes inmovilizados en sus domicilios, ancianos o pacientes con enfermedades muy severas que les impiden acudir al centro de salud. Tiempo para atender a los invisibles, permítanme que les llame así, porque son todas esas personas que no vemos, pero que están en sus casas y se nos van olvidando, porque no acuden a consulta, porque no nos telefonean, porque no piden nada, aunque lo necesiten.
A veces, con el buen tiempo, a algunos de ellos les vemos en sillas de ruedas empujadas por sus familiares, del brazo de otra persona, caminado lentamente por el entorno de sus casa, y entonces me acuerdo de ellos y les voy a visitar, pero siempre deprisa, demasiado deprisa, de forma que lo esencial (aquí también es “invisible a los ojos”) se convierte en secundario y molesto, porque nos roba tiempo para hacer los papeles.
¡Cuidado! ¡Se ha encendido la luz de la marcha atrás, y eso es peligroso!
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