
Vaya por delante que no tengo nada clara mi postura personal ante el aborto. No soy capaz de posicionarme a favor, pero tampoco totalmente en contra, y menos después de haber escuchado últimamente testimonios de padres que han tenido que enfrentarse a tan tremendo dilema.
Escuchando al ministro Gallardón, pareciera que cada aborto practicado en este país sea fruto de la frivolidad, del egoísmo de una panda de descaradas promiscuas incapaces de asumir las consecuencias de sus actos. Su nueva ley más parece una oda a una determinada moral que una normativa para proteger la vida. Una vida que el Estado se ha empecinado en defender hasta que el feto se transforma en ciudadano, porque una vez llegados a este mundo, si te he visto no me acuerdo…
Se supone que existen los Servicios Sociales para proteger a los niños de unos progenitores indeseables o de un entorno hostil. Pero el sistema es incapaz de llegar. Demasiados niños sufren por culpa de unos padres a los que nadie se ha molestado en educar como tales, y a los que ni siquiera se supervisa. El amor, el bienestar y la dedicación se dan por supuestos hasta que la realidad nos demuestra lo contrario y nos rasgamos las vestiduras y nos echamos las manos a la cabeza.
Se supone que aquellos menores con problemas de salud son una bendición, pero a diario miles de padres se las ven y se las desean para poder pagar unas terapias carísimas (nunca financiados por la Sanidad pública), para costear medicinas u ortopedias inaccesibles y tienen que conformarse con paladear el caramelo de la Ley de Dependencia que nos dejaron a la puerta del colegio.
En no pocas ocasiones dejamos impunemente indefensos a los menores. Hace sólo unos días hemos conocido que uno de cada tres niños vive bajo el umbral de la pobreza en nuestro país, y nos han informado de la inexistencia de una normativa específica al respecto. Curioso que el ministro Gallardón se empeñe en quemar sus naves en el terreno del aborto, teniendo tanto campo donde abonar y sembrar nuevas cosechas.
Pero que no cunda el pánico. Ana Mato al rescate. 17 millones de euros para que las comunidades autónomas hagan frente a las situaciones de exclusión social de los más pequeños. Y echando cuentas, si hay 2,8 millones de niños en España que pasan hambre y frío a diario y 17 millones de euros en ayudas, digo yo que hemos solucinado el problema con creces, ¿no?
Deberían explicarnos en qué se gastan esas ayudas. Supongo que en la misión imposible de financiar la totalidad de las políticas sociales que se hacen en este país. Si de algo sirviera, les dejo un consejo: yo invertiría cada partida de ayudas en crear puestos de trabajo. Pero claro, mola mucho más la caridad y creernos mejor que los otros…
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