No saben casi nada de la vida, ni tan siquiera del mundo en el que están metidas, pero las chicas en situación de prostitución que atienden los Salesianos han experimentado demasiadas situaciones dolorosas en él y siempre lloran al recordarlas.
A ninguna le gusta lo que hace y quieren otro tipo de vida, pero no tienen a nadie en este mundo y necesitan comer. Sólo lo hacen para eso, para poder comer y comprar ropa, pero eso tampoco las salva de todo tipo de riesgos y peligros.
La otra Aminata, un nombre muy común en Sierra Leona, pasaría, por su belleza y naturalidad, por modelo, cantante, peluquera o cualquier otra profesión, pero por desgracia ejerce la prostitución en un suburbio denominado Mabella (pronunciado Mabila) junto al mar, en un cuchitril de escasos nueve metros cuadrados, donde convive con otras chicas, cuyo número varía entre 10 y 15.
Aminata siempre va a acompañada por otra u otras chicas del grupo con el que vive, y es que la soledad marcó su llegada a la capital y la abocó a este inframundo para sobrevivir.
La joven recuerda que vivía “en una aldea, feliz junto a mis padres, cuando estalló la guerra civil. Yo era muy pequeña, pero después mi madre me contó que un día, llevándome a la espalda, un grupo rebelde la paró y le preguntó por mi padre. Ella dijo que no sabía dónde estaba, pero el comandante le dijo a mi madre que se quería casar con ella. A mí me respetaron porque era blanquita de piel y les llamé la atención”.
Aminata lleva en el brazo izquierdo un tatuaje que recuerda a su padre con amor eterno: “Mi madre siempre me habló muy bien de mi padre. Ellos estaban muy enamorados, y ella siempre me decía que él me amaba y que me quería mucho, y que debía recordarlo siempre”.
La guerra también acabó por separar a Aminata de su padre, que desapareció, pero confía en encontrarlo algún día con vida. Su madre, por su parte, siguió dando muestras de amor infinito al negarse siempre a contraer matrimonio con aquel comandante. “Un día la amenazó con cortarle un brazo corto o largo (corto es que queda casi por el hombro y largo por la muñeca) con un machete si no se casaba con él, pero ella dijo que quería a su marido y que lo encontraría”.
Mientras ese momento del rencuentro con su padre llega, Aminata reconoce que el tatuaje del brazo se lo hizo porque “aunque crezca, siempre estará ahí y mi abuela podrá reconocerme cuando lo vea”.
Al final, la amenaza de cortarle un brazo a su madre se hizo realidad, y falleció poco después. “Sólo me queda mi abuela, mayor y enferma, en una aldea cercana a Lungi. Mi ilusión es cuidarla y vivir y trabajar allí, con ella”.
Cuando la madre de Aminata murió, se fue a vivir con su abuela, “pero ella no tenía medios para mantenerme y me mandó a vivir con un tío, hermano de mi madre. Iba a la escuela y todo iba bien hasta un día me peleé con mi prima y mi tío me dijo que me fuera de casa; pensaba que era broma, pero al llegar a la escuela me dijeron que no me aceptaban ya, que mi tío había dado órdenes de no dejarme entrar; mi abuela trató de arreglarlo, y hasta me disculpé con ellos, pero mi tío dijo que él no tenía ninguna sobrina ni conocía a la hija de su hermana fallecida y me tuve que ir…”.
Así fue como Aminata llegó a la capital, sin medios, sin recursos y sin conocer a nadie. “Una chica que conocí me prestó ropa y dinero, pero al día siguiente ya me dijo que saldría a trabajar con ella. Tenía 13 años y tuve mi primera y durísima experiencia sexual”, recuerda con lágrimas.
“Fuimos a un bar llamado Liberia y no pasó mucho tiempo hasta que se acercó un hombre y me preguntó qué hacía allí. Mi amiga me dijo que le pidiera lo que quisiera de dinero. Le pedí lo que se me ocurrió, pero el hombre dijo que me daría mucho más, 50.000 leones (6 euros), y nos fuimos a un cuarto cerca del bar. Al acabar recibí el dinero, pero nada podía compensar lo que sufrí y cómo me sentí después… Pedí que avisaran a mi amiga, porque no podía moverme ni levantarme de la cama del dolor. Recuerdo que ella me compró leche y unas galletas. Pasé unos días horribles”, cuenta.
MENOS DE 2,5 EUROS AL DÍA PARA SOBREVIVIR
Aminata vive con sus compañeras en una especie de sistema comunista en el que todo se comparte y todo se pone en común. Es una forma de economizar, pero también es la chispa de conflictos entre ellas por cualquier motivo: un sitio para sentarse, una prenda de ropa que quieren varias a la vez…
“No podemos lavar la ropa. No tenemos agua y conseguirla cuesta dinero. Compramos ropa tres veces al mes y nos la cambiamos entre todas. Cuando huele mal o está rota la tiramos”, relata la joven.
Sólo trabajan para sobrevivir, saben que no se van a hacer ricas, pero a la mayoría les falta ese sueño por cumplir en la vida que las anime a alejarse cuanto antes de este mundo de la prostitución. “Yo necesito 20.000 leones (menos de 2,5 euros) al día para poder comer tres veces y otros 20.000 leones para ropa al mes. Como mucho, otros 10.000 o 15.000 leones para medicinas”, explica Aminata.
Es decir, que al mes necesita alrededor de 600.000 leones para vivir (alrededor de 80 euros), en los que hay que incluir el dinero para pagar al daddy (chulo que les alquila el cuarto insalubre en el que viven) y el dinero que le envía habitualmente a su abuela…
Pero Aminata lo tiene claro: “Quiero dejar esto cuanto antes. Sé todo lo relacionado con la peluquería, aunque no tengo el título y mi sueño es ir a la aldea donde vive mi abuela y montar allí un negocio de peluquería para ayudarla. Sólo necesito esa ayuda”.
Don Bosco le salvó la vida al encontrarse con ella hace unos meses. Tenía fuertes dolores de estómago y los Salesianos pagaron su hospitalización durante una semana, y por eso dice que “mi padre es Don Bosco”.
De momento, sigue librando cada día una batalla por la supervivencia, aunque confiesa otra clave secreta: un tatuaje es su pierna con el número 105 le permite libertad de movimientos por los suburbios en los que reinan algunas de las bandas urbanas identificadas por colores. En Mabella dominan los Black click y enseñando ese número sabe que no le harán nada. “Al principio no sabía eso, ni los colores de la vestimenta que había que llevar, y en una ocasión me golpearon con dureza”.
¿Y qué pasa si vas a otro suburbio y te encuentras con estas bandas?, le pregunto: “Entonces les digo que soy de Don Bosco y me respetan“, responde…
Tiene tan claro su futuro que quiere formar una familia: “Quiero tener tres hijos: dos niños y una niña: el primer niño se llamará como mi padre, la niña como mi madre y el segundo niño, como mi marido”.
El trabajo salesiano en Sierra Leona
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