
Hasta hace pocos años, la palabra recortes, para muchos, evocaba principalmente una fiesta taurina en la que unos jóvenes atléticos, a la manera de los forcados portugueses, hacían toda serie de juegos, saltos y requiebros delante de un pobre astado. Hoy en día, por desgracia, el término ha llegado a tener un significado más siniestro, ya que sugiere una disminución en la calidad de un servicio público cometida con el pretexto de la crisis.
Y digo “con el pretexto” y no “a consecuencia” porque cualquiera que observe el modo de hacer estos ahorros, que se fije en los sectores a quien afecta y que analice las soluciones propuestas, llega a la conclusión de que no responden exclusivamente a la necesidad de ahorro, sino más bien a la introducción gradual de un cambio de modelo que sustituya lo público por lo privado, los derechos por la caridad y la solidaridad por el negocio.
En lo que se refiere a la Sanidad salmantina, estas “medidas de ahorro” se traducen, entre otras lindezas, en la disminución sistemática del personal sanitario. Según cifras facilitadas por la Consejería de Sanidad de Castilla y León a petición de la procuradora socialista Mercedes Martín, nuestra provincia ha perdido 190 sanitarios en los últimos dos años. Esto quiere decir que no solamente disponemos de menos médicos para atender nuestras enfermedades, sino que también ha decrecido la cantidad de enfermeros, fisioterapeutas, auxiliares de Enfermería y hasta celadores.
Las consecuencias de esta falta de sustitución del personal sanitario que cesa por jubilación, baja por enfermedad u otras causas no ha tardado en notarse.
Se nota en el aumento de las listas de espera de Atención Especializada; se nota porque han aparecido demoras incluso en Atención Primaria; se nota en el tiempo que se deben aguardar unas pruebas diagnósticas de las que pueden depender vidas, o en lo que se demora una operación no urgente, pero cuyo retraso ocasiona fuertes dolores e, incluso, severas incapacidades.
Y tan grave como estos retrasos es la disminución de la calidad en la atención que se recibe. Dígase lo que se diga, no curan con la misma eficacia los 1.165 médicos que teníamos 2011 que los 1.082 que integaban la plantilla de 2013. Ni cuidan igual los 1.433 enfermeros que prestaban sus servicios en la primera fecha que los 1.374 con que había que conformarse el año pasado. Ni atienden de igual manera otros profesionales que, como los fisioterapeutas o los celadores, han pasado de 1.089 a 1.041.
Profesionales “entregados a su oficio”
En una reciente entrevista publicada en este medio, el señor Sáez Aguado, consejero de Sanidad de Castilla y León, alardeaba de que estos recortes y medidas de ahorro se han hecho más a costa de los “profesionales que de los cuidadanos”. Parece que, según él, apenas ha disminuido la calidad de la atención. En fin, a mí este hecho me parece poco creíble, excesivamente optimista y poco o nada concordante con lo que piensa la mayoría de los usuarios, como cualquiera que se pase por las consultas de Atención Primaria o Especializada puede comprobar fácilmente.
Si realmente se cree cosas como esa, quizás considere que los trabajadores sanitarios llevan toda la vida siendo unos privilegiados y unos vagos a los que ha habido que meter en cintura, y que simplemente se ha disminuido una plantilla sobredimensionada e ineficaz.
Personalmente, como periodista sanitario y, sobre todo, como usuario, no puedo estar de acuerdo con semejantes puntos de vista. Si algo bueno ha tenido nuestro sistema de salud son sus profesionales. Están magníficamente cualificados y entregados a su oficio. Y encima, a cambio de muy poco, ya que se encuentran entre los peor pagados de Europa. Solamente su esfuerzo y entrega ha podido impedir un deterioro aún mayor.
No ignoro que nuestros responsables sanitarios (y, desde luego, muchos de sus votantes) afirmarán sin sonrojo que no sé lo que digo, que no hay dinero, y hasta que proponga soluciones. Les complaceré: se me ocurre una.
Resulta que la Junta de Castilla León está superpoblada de cargos políticos, de asesores que no asesoran, pero cobran un pastón y de otros paniaguados prescindibles. Bastaría con disminuir su número y recortar un poco el sueldo de otros cuantos. Seguro que con lo así economizado se podría contratar a bastantes médicos, muchos enfermeros, multitud de fisioterapeutas y aún más celadores. En este país tendemos a colocar a muchos comitres y a contratar muy pocos remeros. Y así no hay galera que gane una puñetera batalla.
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