Cuando uno pulsa el número 7 en el listado de botones del ascensor del hospital, siente como si todos los ojos se posaran en su dedo. Lo más probable es que la sensación sea del todo subjetiva, pero es difícil abstraerse a las arraigadas connotaciones con las que en Salamanca se entiende eso de ir a ‘La séptima’ del Clínico.
Lo cierto es que, una vez traspasado el umbral del elevador, la mirada se fija en el cartel de la entrada a la planta, que invita a los visitantes a dejar los mecheros fuera para evitar potenciales riesgos. Un letrero que, junto con la existencia de protección en las ventanas, constituye uno de los pocos elementos diferenciadores de la Unidad de Hospitalización Breve de Psiquiatría.
“Pretendemos que tenga un funcionamiento análogo al del resto de servicios del hospital, excepto en lo relativo a las cuestiones de seguridad, tanto para el equipo como para los propios pacientes. La admisión, el alta, los traslados, los consentimientos informados, la comunicación al juez, los tratamientos especiales… Todo tiene sus guías de actuación protocolizadas”, explica el doctor Santiago Sánchez Iglesias, desde hace un año, jefe de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Salamanca.
A su lado, el psicólogo de la planta, José Antonio Benito, incide en la cuestión. “En contra de lo que se pueda pensar, las rejas están para reducir el riesgo de suicidio, no para que los pacientes no se escapen; a nadie se le ocurriría decir que atamos a un niño a su silla de seguridad; se entiende que es para evitar que sufra algún daño”, enfatiza.
Más allá de esos detalles -la puerta de acceso también está cerrada con llave, pero eso también ocurre en otros servicios hospitalarios-, nada más entrar en La séptima caen de un plumazo todas las imágenes cinematográficas y los prejuicios que, con demasiada frecuencia, se asocian a los recursos de hospitalización psiquiátrica. Es más, podría decirse que en este servicio se respira menos enfermedad que en otros. En general, los pacientes lucen un aspecto saludable, pasean y charlan por el pasillo e incluso puede oírse algún canturreo alegre.
Es verdad que, como explican los enfermeros Marisol y Juan Ángel, los profesionales tienen que estar “atentos a los cambios” que pueden producirse en los enfermos ingresados, pero esto es algo propio de una especialidad que consideran “estimulante”, aunque reconocen que requiere algunas “habilidades especiales”.
Cualquiera puede necesitar un ingreso
“Aporta mucho en nuestra vida profesional, porque aunque haya varios pacientes con la misma patología, los comportamientos ante la misma situación son diferentes. Ellos también te enseñan mucho a tratarles, acomodándote a su carácter”, explica Marisol Holgado, que sostiene que los usuarios de esta unidad “son como niños grandes”, quizás porque en su día trabajó en el servicio de Pediatría.
Para quienes trabajan aquí, lo de La Séptima no tiene tintes peyorativos. Recuerdan que cualquiera puede sufrir una depresión grave y necesitar un tiempo de recuperación en esta planta que ellos consideran “una más del hospital”. De hecho, las depresiones representan uno de los diagnósticos más prevalentes entre los pacientes hospitalizados en este servicio, junto con las psicosis y los trastornos bipolares, tal y como sostiene el responsable del servicio.
El especialista añade que cada vez “son más frecuentes los síndromes psiquiátricos complicados por el consumo de tóxicos o los que se producen como consecuencia de otras enfermedades”, una de las razones que justifica la ubicación de esta unidad “en una planta más del hospital”, y dentro de un entorno metropolitano accesible.
Y es que este dispositivo se articula dentro de la red de asistencia en salud mental “como uno de los eslabones necesarios para responder a los episodios agudos de enfermedad, ofreciendo un cuidado integral -médico, psicológico, de Enfermería y social-“. En este sentido, el equipo “realiza actividades de observación, diagnóstico, tratamientos y cuidados que, por su especificidad, complejidad o nivel de riesgo, deben llevarse a cabo en un medio hospitalario, con la participación eventual de otros servicios clínicos y de apoyo diagnóstico”.
El doctor Sánchez Iglesias pone varios ejemplos. “Puede que un paciente tenga un intento autoagresivo que requiera necesidad de una UVI. O es posible que algunos enfermos tengan que someterse a exploraciones y evaluaciones complementarias en servicios como los de Medicina Interna, Neurología o Radiodiagnóstico que descarten la existencia de otras patologías…”, comenta.
14 días de estancia media
En estos momentos, la Unidad de Hospitalización Breve de Psiquiatría cuenta con un equipo formado por 21 profesionales: tres psiquiatras, un psicólogo clínico, una trabajadora social y 16 enfermeros y auxiliares de Enfermería. Dotada con 27 camas, cuyo índice de ocupación ronda el 75%, generó el pasado año unas 400 altas, con una estancia media de 14 días.
Como señala el jefe del servicio, la mayor parte de los internamientos en esta planta “tienen que ver con fases de desestabilización” de la enfermedad, un periodo en el que los afectados “precisan un tratamiento más intensivo o que es necesario administrar en condiciones de observación”. Aunque también es habitual que los ingresos se deban “a la necesidad de realizar estudios complementarios”, como analíticas diversas o pruebas de imagen, como TAC o resonancias, “para filiar con precisión la enfermedad”.
“La actividad principal de esta unidad es la evaluación, el tratamiento y la estabilización de episodios agudos de enfermedad que posibiliten el alta del paciente y su continuidad de cuidados en el entorno extrahospitalario, bien sea en régimen ambulatorio o de ingreso parcial”, añade el doctor Sánchez Iglesias.
De hecho, el psiquiatra destaca que, a diferencia de lo que ocurre en otros servicios, los enfermos ingresados en esta planta “no suelen estar encamados, sino activos y paseando”, por lo que es frecuente que, cuando su situación alcanza “cierta estabilidad, se fomenten las salidas terapéuticas en compañía de familiares como una fase de readaptación a su vida habitual”.
De hecho, los pacientes no suelen estar incómodos durante su estancia en La séptima, más bien al contrario, aunque al principio llegan con cierto temor, fruto “de una idea desconocida, como si esto fuera el coco, cuando aquí todos somos iguales y a cualquiera nos puede tocar”. Así lo afirma la enfermera Marisol Holgado, alegre como las pinzas de colores que pueblan su bata. “Incluso hay personas que fuera plantean algunos problemas de conducta y cuando llegan se les olvidan, porque aquí se sienten tranquilos y protegidos”, comenta.
Y es que, como subraya el doctor Sánchez Iglesias, en la unidad se ofrece “un servicio sanitario y social presidido por la comunicación, la empatía y el respeto a la dignidad y los derechos de las personas con enfermedad mental”, gracias “a un equipo humano con elevadas dosis de profesionalismo”.
Al final, tras visitar la unidad y charlar con sus trabajadores -y algún que otro paciente-, no hay más remedio que concluir que las representaciones sobre los servicios de Psiquiatría que se graban como a cincel en nuestra cabeza tienen mucho de mito alimentado desde las pantallas y el imaginario colectivo. Que, en realidad, La Séptima del Clínico es “una planta más del hospital”. Como todas las que tiene debajo.
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