En estos momentos son diez, pero pronto la familia crecerá con dos miembros más. Los residentes en la Casa Samuel de Cáritas Diocesana de Salamanca tienen historias muy distintas, pero algunas características comunes, que son las que les han llevado a este recurso de acogida para personas con VIH: están en un momento delicado de salud, ya sea por el virus o por otras patologías asociadas, no cuentan con una red de apoyo social y familiar adecuada y carecen de un lugar donde vivir en unas condiciones dignas.
En este centro que unos convierten en su hogar por unos meses y otros, durante años, los usuarios encuentran el respaldo que necesitan para luchar por su recuperación física y emocional. Casi dos décadas después, los tratamientos disponibles han variado en buena medida el pronóstico de muchos de los afectados por el VIH, pero la Casa Samuel, por la que han pasado ya más de 60 personas, sigue resultando un recurso indispensable para quienes se encuentran en peor situación social y de salud. Y es que, como explica la organización, este hogar de acogida está dirigido a afectados que se encuentran “en una fase avanzada de la enfermedad, con procesos clínicos o inmunológicos severos, que no cuentan con apoyo familiar ni social y que carecen de un lugar en el que vivir en unas condiciones dignas”.
Así lo confirma Luis Alberto González Collantes, director de la Casa, quien explica que todos los residentes “ya han pasado por el diagnóstico”, pero presentan “una situación de salud agravada, ya sea por enfermedades oportunistas o porque han bajado mucho sus defensas”, y generalmente llegan “con otros problemas unidos al VIH, como enfermedades respiratorias, hepatitis o cáncer”. De este modo, acceden al recurso porque “carecen de medios económicos y no pueden atender su situación de salud de forma más autónoma”.
Actualmente, en la Casa Samuel viven diez personas, aunque en una semana probablemente serán dos más. En 2009 el hogar cambió de ubicación, y las actuales instalaciones, más amplias y adaptadas a las necesidades de los enfermos, han permitido ampliar las plazas hasta 14, aunque no siempre es posible alcanzar la plena ocupación, porque se tienen muy en cuenta los cuidados que necesitan los residentes, principalmente los que presentan mayor grado de dependencia.
El director del recurso cuenta que en la Casa Samuel no sólo se satisfacen las necesidades básicas de alojamiento, manutención e higiene, sino que también se acompaña a los afectados en su proceso terapéutico. “Se ha demostrado que el tratamiento directamente observado garantiza una mayor adherencia y eficacia, así que les ayudamos en el cumplimiento de su medicación y se la proporcionamos, en caso de que no dispongan de recursos para adquir los fármacos que necesitan para sus distintos problemas de salud, porque los antirretrovirales se les suministran en el hospital”, indica González Collantes.
No obstante, Luis Alberto González subraya que en este hogar de acogida para personas con VIH “la estancia es variable” y no existe un límite de permanencia. “Algunas personas llevan con nosotros cinco o seis años, y otros sólo están unos meses, en lo que se recuperan. Siempre realizamos un seguimiento, y en algunos casos se dan pasos intermedios, y aunque vivan en una habitación compartida les animamos a que vengan algunos días a comer con nosotros y a charlar sobre cómo les va”, comenta.
Fuertes lazos afectivos
Como sucede en muchas familias, en la Casa Samuel se ayuda a los que vuelan del nido si la comida no les llega a fin de mes, y el hogar también está presente en los momentos más críticos, como cuando algún residente con drogodependencia sufre una recaída. “Muchos han llevado una vida de exclusión y consumo, y tener VIH habiendo vivido estas realidades les deja muy marcados. Esa situación de carencia de sentido vital les lleva a veces a retomar el consumo de drogas o alcohol, y por eso es fundamental que busquen objetivos”, señala el responsable de la Casa, que sostiene que aunque la convivencia en ocasiones es difícil -nada que no ocurra en las mejores familias-, las relaciones que se establecen entre los usuarios son “cordiales”, y que se llegan a crear fuertes lazos “amistosos o afectivos”.
Gran parte de las actividades que se organizan en este programa van enfocadas a reforzar la convivencia. “Intentamos que incluso a nivel de ocio participen en las actividades comunitarias, pero también ofrecemos algunas específicas, como excursiones mensuales, talleres de informática y manualidades, sesiones de gimnasia y recuperación de la salud… O vamos al cine juntos”, enumera Luis Alberto González.
En este momento, la Casa Samuel, que dispone de un presupuesto de unos 435.000 euros, cuenta con un equipo de tres educadores de día, dos de noche, un trabajador social y una cocinera “a un poco más de media jornada”, además del director y de unos 25 voluntarios que son “los que permiten vivir y disfrutar el proyecto”. Un proyecto en el que González Collantes se embarcó hace nueve años y que supuso “un cambio muy fuerte”. “Yo hacía actividades con jóvenes, así que lo primero fue adecuarme a otros ritmos y a afrontar y valorar los éxitos de otra forma”, reconoce. “A veces dramatizamos mucho con algunas enfermedades, pero cuando convives con ellos, muchos enfermos te dan unas lecciones increíbles de cómo sobrellevarla y de su deseo de vivir. Desde lo teórico, solemos hablar de que tenemos que relacionarnos con la persona, y no con su problema. Y yo ahora, cuando veo a José, veo a José, no a una persona con VIH, que es sólo una parte más de él”.
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