Desde Misiones Salesianas hemos logrado algo que los Salesianos de Sierra Leona califican como histórico, y es el permiso que la cárcel de Pademba Road, conocida como el infierno en la tierra, nos ha dado para entrar con cámaras de filmación.
Las facilidades han sido teóricas, porque tenemos con nosotros siempre a dos rottweiler que dicen quién tiene que hablar y qué tiene que decir, pero como su única preocupación es no mostrar las caras de los reclusos, todo lo demás habla por sí solo.
La cárcel de Pademba Road cumple 80 años desde su construcción y demasiadas cosas dentro de ella siguen igual que en 1937. No hay más que ver sus muros exteriores, cruzar su puerta de entrada y visitar alguno de los talleres para constatar que el tiempo se ha detenido allí dentro, tanto en los recursos con los que cuenta como en los derechos de los presos.
Tal vez esta oportunidad de mostrar el día a día de la cárcel obedezca al lavado de imagen que buscan sus autoridades, que pretenden que deje de ser denominada prisión y pase a ser correccional, pero cualquier estética se cae por su propio peso al traspasar el portón de entrada.
De poner malas caras y dirigir la grabación, el subdirector de la cárcel y el policía secreto que nos pusieron al lado pasaron a pedirnos fotos…
Un gran pupitre te recibe para hacer el registro. Ellos mismos se denominan el equipo de seguridad, pero ni la informática ha llegado a la cárcel ni existen cámaras de seguridad. La anécdota de una de las entradas a Pademba Road y de los superficiales registros fue que encontraron un navaja multiusos en una de la mochilas del equipo de grabación que hasta su propietario desconocía que estaba allí. Simplemente con decir que formaba parte de la cámara no hubo problema en entrar con ella y, por supuesto, ningún día se comprobó el material a la salida.
Hasta ahora, en las anteriores visitas me había llamado la atención la resignación, las miradas perdidas de los presos, el agradecimiento ante cualquier gesto, saludo o pregunta infantil (el siempre recurrente cómo estás y cómo te llamas)… En estos días, sin embargo, destaca el servilismo hacia los oficiales, la arrogancia que tienen en el trato, en las formas y en el tono y la sumisión de los reclusos.
El número de presos, con su clasificación, aparece en una gran pizarra, también en la entrada, que se actualzia con tiza. La cifra lo dice todo: con capacidad para poco más de 300 presos, en la actualidad tiene a más de 1.930.
En un lugar en el que los minutos parecen pasar más despacio, en el que el hacinamiento convierte en insalubre cualquier estancia, en el que las enfermedades están a la vista por la comida y la falta de higiene… cualquier novedad del exterior es casi una fiesta y todo el mundo te saluda, quiere estrecharte la mano, te pregunta, te cuenta su caso, te quiere acompañar y, sobre todo, agradece que estés allí.
Pero la masificación no está sólo en las celdas, que de ser individuales han pasado a compartirse entre cuatro, cinco, seis y hasta siete reclusos, se ve en los talleres en los que participan (carpintería, tapizado, soldadura, pintura, confección…) y de los que formarán parte durante toda su condena…, se ve en los barracones, en la cocina, en el patio…
Y al final, hablando con los presos, te das cuenta de que son un número, un uniforme, y que la mayoría ha perdido la esperanza y los sueños.
Muchos no saben nada de su caso: conocen por qué están allí, pero no saben si tienen sentencia, si pueden pagar una fianza; no tienen abogado, su familia no sabe que están ahí… nadie les visita… Otros esperan juicio desde hace más de cinco años. Por otro lado, hay más menores de los que se podría pensar en una cárcel pensada para adultos, pero sobre todo, hay muchos inocentes, y no es el tópico de que todos piensen que están dentro por error, en Sierra Leona la presunción es de culpabilidad, y el tiempo y la investigación ya se encargarán de demostrar o no la inocencia.
Gracias a Don Bosco Fambul, muy poco a poco esta situación va cambiando y los presos ven en los Salesianos una tabla de salvación para comer mejor, que es la principal queja de todos, poder tener acceso a revisiones y medicinas y que alguien se preocupe por seguir su caso y por su libertad, siempre que la condena no sea por agresiones sexuales, que se deja actuar siempre a la justicia y se espera a la investigación policial.
225 presos son los afortunados de pertenecer al grupo Don Bosco de la prisión, que dos días por semana atiende a 75, pero es tan extenso su trabajo y con tantos frutos concretos que merece más de un artículo en exclusiva.
PAN CON EL SUDOR DE LA FRENTE
El servilismo hacia los oficiales se ve a cada momento. Se les cede una silla para sentarse, se les limpia el traje si se manchan, se les abanica y quita el sudor con una toalla, los presos sacan brillo a sus zapatos en el patio… quitan a un preso para ponerse ellos a jugar a las damas, cogen comida de la cocina… y tratan con desprecio y a voces a los reclusos…
En la cocina también aparece la cifra de presos para los que hay que preparar la comida. Es el asunto que más destacan los reos: la escasez y el menú único. Un té negro por la mañana con un panecillo y arroz con salsa muy picante para comer es la dieta diaria y repetitiva en la prisión.
Cantidad insuficiente de comida, la consiguiente desnutrición y problemas estomacales por el picante son tres problemas que se solucionarían con una dieta más variada y mayor cantidad.
La panadería y la cocina siempre están llenas de humo. Hornos de leña y techos de uralita convierten el ambiente en parte del infierno, en esta caso también de temperatura, con el que se conoce a Pademba Road.
36 sacos de 50 kilos de arroz se cocinan al día para la comida de los presos en un lugar angosto y oscuro donde la seguridad alimentaria y la manipulación de alimentos son términos que aún no han llegado a Sierra Leona.
En la panadería no se cumple aquello de que “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, sino que la masa del pan va tomando forma con el sudor de la frente de todos lo que intervienen en el proceso. El resultado es el mejor olor que hay en toda la cárcel, pero tampoco invita a probarlo saber cómo se elabora…
En la primera visita, entre todos los protagonistas con los que hablé, me quedé con Mustafá, un veterano de la guerra civil con la rodilla destrozada por una bala y que me contó su vida mientras preguntaba por la mía… La despedida me dio que pensar. “¿Volverás mañana?”, me preguntó. “Sí, seguro que nos vemos”, le dije… “Of course, I’m sure I’ll be here…” (“Por supuesto. Estoy seguro de que estaré aquí”), me dijo, y me dejó sin palabras.
El trabajo salesiano en Sierra Leona
ANTERIORES
∞ Día 1. Chicas en la calle sin presente y sin ilusión, pero con un futuro esperanzador
∞ Día 3. Jawa intenta cumplir su sueño de estudiar
∞ Día 5. El autobús que rescata a los niños de la calle y a las menores en situación de prostitución
∞ Día 9. Conocer el mar, el mejor día de sus vidas
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