Cada 14 de diciembre se celebra el Día Nacional de la Persona Obesa. El objetivo: concienciar sin estigmatizar sobre los peligros de esta enfermedad, “una verdadera pandemia”, como la define el endocrinólogo Cristóbal Morales.
El Dr. Morales es vocal de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad, y facultativo en los hospitales Vithas y Virgen Macarena. Hemos charlado con él para que arroje algo de luz sobre sobrepeso y obesidad, una enfermedad que afecta a más de la mitad de los españoles, sobre cómo prevenirla, revertirla y, también, sobre la nueva generación de fármacos antidiabéticos para adelgazar y de cómo utilizarlos.
Vivimos en el momento en el que más información se tiene sobre las consecuencias de tener kilos de más y también en el que hay más porcentaje de obesidad. ¿Cómo se conjuga esta paradoja?
Que tengamos mayor información no significa que tengamos mayor conocimiento. De hecho, existe la paradoja de que existe sobreabundancia de información de fuentes no fiables. A pesar de que cada vez conocemos más sobre esta pandemia llamada obesidad, conocimiento no significa acción, y hay que mirarlo desde el punto de vista evolutivo: tenemos genes prehistóricos y en solo una generación la sociedad ha cambiado tanto, es una sociedad tan obesicogénica, que todo está en nuestra contra.
La obesidad es muy compleja: hay más de 200 causas diferentes, tanto biológicas como genéticas, epigenéticas, sociales, psicológicas, ambientales…, que hacen que la obesidad esté aumentando, sobre todo en los niños. La obesidad no comienza en los adultos: la obesidad comienza en los colegios, en las guarderías, en el vientre materno.
En aproximadamente medio siglo hemos triplicado la cifra de personas con obesidad. Hay un informe que asegura que la tercera parte de los pacientes no recibe un diagnóstico adecuado. ¿Qué le falta al sistema de salud para dar esa cobertura?
Lo primero que hace falta es concienciación en la sociedad de que la obesidad es una enfermedad. También necesitamos accesibilidad: que el paciente no se sienta culpable y acuda a su profesional sanitario, como cuando tiene hipertensión o diabetes, que debe ser un equipo multidisciplinario especializado en obesidad: un endocrinólogo especializado, un nutricionista, un especialista en actividad física, un psicólogo. Por último, diagnóstico. Estas son las tres necesidades. Hoy por hoy, el sistema de salud no ha dado respuesta a este problema; lo único que hemos conseguido es culpabilizar a esas personas con una enfermedad que tiene múltiples ramas: sociales, psicológicas, mentales… Hay que trabajar mucho en la prevención y también en el tratamiento personalizado: no hay una sola obesidad, hay muchos tipos.
Frente a la lucha contra las consecuencias de esta enfermedad corre en paralelo un movimiento que reivindica la validez de todos los cuerpos. Partiendo de que hay que luchar contra el estigma social asociado a la obesidad, ¿cómo se puede equilibrar el problema de salud mental que conlleva señalar al obeso con el problema de salud física que implica padecer este problema?
Hay que concienciar, pero con mucho corazón. Reivindicamos la empatía, el respeto, tratar con dignidad a esta persona. No es un mensaje estético. La obesidad no se define por el IMC. Es una enfermedad crónica que tiene más de 200 complicaciones: metabólicas, como la diabetes tipo 2, dislipemia, hipertensión; mecánicas, como la artrosis; mentales, ya que son personas que viven con estigma y pueden padecer ansiedad, depresión y problemas de autoestima; y complicaciones monetarias, ya que son personas que acceden a puestos de trabajo inferiores. Sin olvidar el cáncer, por lo que hablamos de la importancia de trabajar en la prevención.
Dicho esto, no existe una talla única. Nosotros los endocrinos no vamos buscando un peso ideal basado en el IMC, sino un peso saludable basado en hábitos saludables para que se mantenga en el tiempo y obtengamos un retorno muy grande en salud. Las personas con obesidad tienen menor calidad de vida y viven menos años; además, desarrollan muchas complicaciones. De ahí la importancia de luchar contra el estigma. Desde la SEEDO lo hemos puesto así de manifiesto: queremos apoyar a las personas que sufren esta enfermedad, en un entorno de respeto desde el que podamos abordar su problema poniendo el foco en estar sanos.
Un análisis llevado a cabo por el ISCIII logró concretar un mapa de prevalencia de la obesidad recientemente. No es el único estudio que arroja una dolorosa relación entre el nivel socioeconómico y los kilos de más. Dicho de otra manera, las personas con más recursos intelectuales y económicos sufre menos esta enfermedad. ¿Cómo se puede romper esta brecha?
La evidencia es aplastante en cuanto al abordaje social de la obesidad. El código postal a veces influye más que el código genético. Existen numerosos estudios que así lo demuestran. El nivel socioeconómico inferior está más expuesto, en el mundo occidental, a incrementar la tasa de obesidad. Por eso es importante una visión global, holística; también hay una necesidad imperiosa de elaborar un plan nacional contra la obesidad, con la perspectiva de que hay una brecha socioeconómica: hay población que tiene menos información y menos acceso a comidas saludables.
Hay personas que por edad o circunstancias determinadas (la aparición de la menopausia, haber dejado de fumar, el sedentarismo de su profesión) tienen más problemas para perder peso. ¿De qué manera se puede favorecer esa pérdida de peso de manera saludable?
Hay muchos tipos de obesidades, y cada uno viene determinado por muy diversas causas. Debemos estudiar en profundidad el tipo de obesidad de cada paciente. Hay que medir la composición corporal, ver en qué partes del cuerpo se acumula esa grasa, si es en el hígado, en el corazón, etcétera.
Hay que distinguir cuatro tipos de obesidad: el metabolismo lento, el hambre intestinal —cuando tu aparato digestivo te da señales de hambre y necesitas comer—, el hambre emocional —situaciones de estrés o ansiedad que hacen que el cerebro busque la liberación de dopamina, sobre todo en alimentos ultraprocesados, que contiene sustancias que los hacen adictivos— y el hambre cerebral, que es cuando el cerebro no manda bien la sensación de saciedad que está regulada en el hipotálamo. A veces es una sola de estas causas y a veces son varias; de ahí que no debamos hablar de obesidad, sino de obesidades, y estudiar cada caso en profundidad para poder hacer un diagnóstico adecuado.
El IMC es un valor obsoleto, con más de 150 años. Hoy en día se tienen en cuenta otras variables, como la composición corporal, la grasa y el músculo, aspectos sociológicos, componentes hormonales… Con esos valores podremos hacer un diagnóstico de precisión.
Una de las consecuencias directas de padecer obesidad es la diabetes de tipo 2. En este contexto aparece un medicamento aparentemente milagroso, el Ozempic, que determinados influencers han comenzado a ponderar como método adelgazante no asociado a diabetes. Aquí me surgen dos dudas, una de tipo ético y otra de tipo médico. Empiezo por la de tipo ético: ¿qué hacemos para concienciar a esas personas que usan frívolamente un fármaco de que están impidiendo el acceso a quienes lo necesitan?
Lo primero: no puede haber influencers en redes sociales dando recomendaciones de fármacos. Todos estos fármacos, tanto los usados para la diabetes tipo 2 como para la obesidad, tienen sus ensayos clínicos y sus indicaciones, y solo pueden ser manejados por expertos. Sobre todo ahora que tenemos fármacos cada vez más potentes y que van asociados a cambiar el estilo de vida. Hay que legislar para que estos fármacos solo puedan ser manejados por equipos multidisciplinares de expertos que sepan acompañar a esta persona que vive con obesidad. No se puede utilizar un fármaco de este tipo de manera frívola, hay que regular su venta en el mercado negro con el fin de perder un kilo o dos para un evento. Es un fármaco seguro, no es magia ni ciencia ficción. Es simplemente ciencia, pero hay que aplicarla con responsabilidad y honestidad.
Y ahora, la duda médica. Al utilizar un medicamento de uso crónico para retirar kilos de más, ¿no estamos validando un atajo para adelgazar en lugar de educar en hábitos saludables a la población? Sin contar con que estos fármacos podrían tener un riesgo a largo plazo para personas no diabéticas.
Estos fármacos están probados y son seguros, como lo pueden ser otros para la hipertensión, por ejemplo. Conviene ser mayor de 27 con patologías asociadas a la obesidad o mayor de 30. Son fármacos con eficacia demostrada y ensayos clínicos previos, con pérdidas de peso nunca vistas hasta ahora, en torno a un 20 o un 25%; pero más allá de la pérdida de peso está la mejora de la salud: mejoría de calidad de vida, de funcionalidad, cardiovascular… Por supuesto, insisto en que hay que usarlos de manera racional y según las legislaciones de cada país. Tiene efectos secundarios, pero estos son mínimos y manejables. Eso sí, siempre en manos expertas.
Por otra parte, en todos los ensayos clínicos que se han hecho, y han sido más de 140, en todos ellos sin excepción el uso de este fármaco va asociado a un cambio en los hábitos de vida, con visitas mensuales de control y de adaptación a estos nuevos hábitos. Esto sí debe quedar claro: no es un pinchazo y ya está, sino una ayuda a este nuevo estilo de vida.
Otra cosa: si vamos al inicio de la enfermedad, en el que hay un aumento de tejido adiposo, si actuamos de manera temprana, estamos previniendo la diabetes. Y cada vez somos más conscientes de la importancia de una detección precoz. En el caso de los niños y adolescentes, es vital inculcarles hábitos saludables para evitarles complicaciones en el futuro.
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