Conocí, hace ya unos años, un hospital que era en muchos aspectos diferente de los hospitales a los que todos alguna vez hemos acudido.
Allí los médicos no sufrían las presiones de los gerentes por reducir la estancia media, aunque la mayoría de los ingresos se prolongaban 4, 6 y hasta 12 meses. Me sorprendió que, a pesar de ello, no era extraño encontrar internos que no deseaban que llegase el momento del alta.
Al principio no lo entendía, pero más tarde descubrí sus razones. Algunas, las más frecuentes, tenían que ver con la insatisfacción que les suponía a los ingresados no haber alcanzado las expectativas de curación o mejora que tenían al ingreso; otras se debían al miedo del paciente a volver a su realidad, la previa al problema que motivó su ingreso, pero ahora en una situación física claramente diferente. Había otras razones; las de algunos tenían que ver con que, en su destino, quizás un pueblo de la España vaciada, no iban a tener medios para seguir su recuperación y, aunque menos, había también internos que por carecer de familia o medios económicos se veían abocados al total desamparo fuera de aquel centro. Estas últimas eran las más dolorosas.
Forzar el alta médica sin conocer el destino del paciente
He recordado esto al leer en la prensa de estos días que el Procurador del Común de nuestra comunidad autónoma había pedido retrasar el alta hospitalaria en situaciones sociales delicadas. Lo hacía a propósito de un caso concreto. Al parecer, estas situaciones siguen existiendo y probablemente algunas merecen un adjetivo bastante más duro que el de “delicadas”.
En pleno apogeo de la cultura gerencialista en nuestros hospitales, participé en una mesa redonda que llevaba por título El alta médica es una mala noticia cuando vives en la calle. En aquellos días, en mi hospital estábamos plenamente comprometidos con bajar la estancia media, alguna vez forzando el alta sin conocer bien el destino y el seguimiento sanitario del paciente egresado. Aquella reunión fue como un puñetazo en el estómago, una dosis brutal de realidad. Lo triste es que parece que el problema sigue existiendo; hay gente para la que salir del hospital supone un grave trastorno. Quizás no vive en la calle, pero bien por falta de medios económicos o de una familia protectora, su alta no supone precisamente una alegría.
La necesaria atención sociosanitaria
Es cierto, el hospital no está obligado a resolver estas situaciones, bastante tiene con haber resuelto el problema médico que motivó el ingreso, pero sí tiene la obligación de buscar quién lo resuelva. Es aquí donde entra en juego la asistencia sociosanitaria. Los niveles sanitarios —Atención Primaria y Atención Hospitalaria— resultan incompletos sin la tercera pata asistencial, la Atención Sociosanitaria. Entre los tres niveles debe existir un contacto estrecho y fluido. Es cierto que ninguno de ellos pasa por su mejor momento. Las deficiencias de los primeros, los plenamente sanitarios, están en el debate social y político todos los días, aunque son escasos los esfuerzos reales por resolver su situación; pero es que de la Atención Sociosanitaria pública casi ni se habla.
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