Millones de personas han muerto como consecuencia de una infección por el coronavirus SARS-CoV-2 desde 2020, en parte porque las instituciones influyentes tardaron demasiado en reconocer que se transmite principalmente por el aire.
Un nuevo análisis histórico dirigido por la Universidad de Colorado Boulder (CU Boulder) arroja luz sobre esta demora. Para profundizar en el origen de esta resistencia a reconocer la transmisión aérea del nuevo virus, los autores rastrean cien años atrás en la historia, hasta el rechazo del aire enfermizo llamado “miasma” (emanaciones dañinas producidas por descomposición de sustancias orgánicas), el surgimiento de la teoría de los gérmenes y nuestra propia tendencia a retener creencias, a pesar de la acumulación de evidencia en contrario.
Mientras que el SARS-CoV-2 infectaba invisiblemente a las personas en 2020 a través del aire en hospitales, iglesias, lugares de trabajo y restaurantes, la población mundial se concentraba en desinfectar las superficies y lavarse las manos. Muchas administraciones públicas y empresas instalaron barreras de plexiglás que, en realidad, “aumentaron la propagación del coronavirus”, según apunta el investigador español José Luis Jiménez, experto en aerosoles de la Universidad de Colorado y autor principal de una nueva evaluación histórica integral de los principales errores médicos relacionados con la transmisión de enfermedades, ahora publicada en la revista Indoor Air .
“La historia nos preparó para una mala respuesta a la pandemia. Podríamos haber tenido millones de muertes menos, cientos de millones menos de casos, si hubiéramos tomado medidas apropiadas y efectivas desde el principio”, sostiene Jiménez, miembro del Instituto Cooperativo para la Investigación en Ciencias Ambientales (CIRES) y profesor distinguido de química en la CO Boulder .
La descripción general, escrita con colegas de 10 países, muestra el impacto, a menudo mortal, de la “perseverancia en las creencias”, en la que puede llevar años o décadas desafiar un conjunto de convicciones, especialmente cuando la consecuencia de cambiarlas es costosa. Es más fácil pedirle a la gente que se lave las manos o desinfecte las superficies que actualizar un sistema de ventilación, por ejemplo, o rediseñar las aulas escolares, los autobuses urbanos y las salas de juntas de las compañías.
El elevado ‘precio’ de las falsas creencias
Los autores, entre los que se incluyen médicos, virólogos, especialistas en salud pública, científicos expertos de aerosoles, ingenieros, historiadores, un sociólogo y un arquitecto, analizan numerosos ejemplos de errores fatales en la historia de la investigación sobre enfermedades infecciosas. En 1847, por ejemplo, un científico que trabajaba en Austria demostró que el lavado de manos por parte de los médicos reducía la mortal fiebre puerperal en una clínica. Su trabajo fue descartado porque, en ese momento, las creencias médicas y científicas establecidas culpaban a “un miasma en el aire”. Lavarse las manos no tenía sentido para el centro, y la sugerencia de que los propios médicos podrían estar propagando enfermedades ofendió a muchos.

Medio siglo después, otro destacado investigador, Charles Chapin, ridiculizó la idea de los miasmas espeluznantes o el aire infectado. El propio trabajo de Chapin le había sugerido que la “infección por contacto” era la forma predominante de propagación de la mayoría de las enfermedades infecciosas. Pero también sabía lo difícil que era persuadir a las personas para que se lavaran las manos y desinfectaran las superficies si pensaban que algunas patologías podrían propagarse por el aire, y lo difícil que sería averiguar cómo limpiarlo. Así que argumentó su teoría de la “infección por contacto” sin evidencia y logró etiquetar superstición el contagio de enfermedades por transmisión aérea.
Jiménez y sus coautores rastrean el historial de transmisión de enfermedades desde Chapin hasta 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS), los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y otras instituciones expresaron un profundo escepticismo o una negación absoluta de que el SARS-CoV-2 pudiera propagarse a través del aire, a pesar de la creciente evidencia de que estaba sucediendo precisamente eso.
Más costoso hacer frente a la transmisión aérea
El investigador español cree que la mayoría de los responsables de la OMS y los CDC fueron honestos en su escepticismo a principios de 2020, simplemente luchando por entender el hecho de que la forma convencional de pensar sobre la transmisión de infecciones respiratorias –propagarse a través de gotas pesadas que caen sobre las superficies– podría ser insuficiente para explicar la pandemia. “Estaban atascados en la teoría, distorsionando la interpretación de las observaciones para que coincidieran con sus creencias preexistentes”, afirma José Luis Jiménez.
Otros han sugerido que también ha estado en juego la economía, al igual que ocurre con el cambio climático. Jiménez cree que conviene pedir a los ciudadanos que realicen pequeñas acciones individuales, como lavarse las manos y conducir menos. Es más costoso para las instituciones hacer cambios estructurales, como aumentar la ventilación en todas partes o reemplazar la infraestructura de combustibles fósiles con energía renovable.
En este escenario, y de cara a prepararnos “para afrontar la próxima pandemia de manera inteligente”, Jiménez y sus colegas trabajan para encontrar aliados, especialmente entre los profesionales de la medicina y la salud pública, “que han estado demasiado ocupados salvando vidas para entrar en la discusión sobre la transmisión de enfermedades, pero tienen experiencia”.
“También se necesita confrontación cuando las principales instituciones se niegan a aceptar la ciencia y comunicarla con claridad”, apunta José Luis Jiménez, quien agrega: “Tal vez tengamos que presionar un poco al establishment, como hizo Florence Nightingale”. Esta enfermera presionó al Gobierno británico durante décadas para que apoyara reformas en los hospitales, aumentando la higiene, la ventilación y la distancia entre las camas en un momento en que todavía se consideraba innecesario.
Referencia:
José L. Jiménez et al. ‘¿Cuáles fueron las razones históricas de la resistencia a reconocer la transmisión aérea durante la pandemia de COVID-19?’. https://doi.org/10.1111/ina.13070
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